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Establecimiento de la Inquisición en Buenos Aires

 

Otro de los tópicos que por este tiempo (1605) preocupaba al Tribunal era la frecuente llegada a Buenos Aires de buques que Salían de Lisboa, tripulados por flamencos, que traían en pipas (diciendo que, venían llenas de vino y sal) libros e imágenes, que metían a escondidas en casa de algún vecino para extraerlas después de noche y enviarlas tierra adentro (7). Encargóse, en consecuencia, al comisario respectivo la mayor vigilancia a fin de impedir este contrabando, y se publicaron los edictos más apretados para hacer parecer los libros introducidos de esa manera, además de los que fueron señalados como especialmente prohibidos en el distrito de la Inquisición, como todas las obras de Carlos Molineo, de Castillo Bobadilla, muy comunes entonces entre los letrados, un tomo de las de Suárez, y antialcoranes, de que se recogieron algunos (8).

No se vivía en Madrid con menos cuidado acerca de los inconvenientes que podían seguirse de la llegada de extranjeros no católicos al virreinato, y así el Consejo insinuaba algún tiempo después a sus subordinados en Lima, la siguiente advertencia:

"Aquí se ha entendido que a esos reynos y provincias pasan algunos hereges de diferentes naciones con ocasion de las entradas que en ellas hacen los holandeses y que andan libremente tratando y comunicando con todos y talvez disputando de la religion, con escándalo de los que bien sienten y con manifiesto peligro de introducir sus sectas y falsa doctrina entre la gente novelera, envuelta en infinidad de supersticiones, cosa que debe dar cuidado y que pide pronto y eficaz remedio; y consultado con el YItmo. Inquisidor general, ha parecido que hagais exacta diligencia para saber en qué lugar de ese distrito se alojan, y habiéndose averiguado con el recato y secreto que conviene, ordenareis a los comisarios que los admitan a reconciliacion, instruyéndolos en las cosas de nuestra santa fe católica por personas doctas y pías; y no queriendo convertirse, procederéis contra ellos conforme a derecho y severidad de los sagrados cánones, en que pondréis el cuidado y vigilancia que esto pide, antes que lleguen a ser mayores los inconvenientes que amenaza la disimulacion que se ha tenido, dandonos aviso de lo que fuéredes haciendo" (9).

Tanto fueron creciendo los temores del continuo concurso y entrada de los de la nación hebrea por el Río de la Plata, que el soberano se vio en el caso de pedir informes al Virrey, y al Presidente de Charcas, sobre la conveniencia que se seguiría de establecer un nuevo tribunal de Inquisición en la provincia de Tucumán, siendo lo más singular del caso que el Presidente fundó la aprobación de la medida precisamente en los manejos del Tribunal de Lima en aquellas partes. "Mi parecer es, decía aquel funcionario, que ha muchos años que debía haberse hecho: en los que ha que sirvo a V. M. en este oficio he visto que se han hecho grandes agravios a los vasallos de V. M. en estas provincias por los comisarios que hay en ellas, maltratándolos con leves ocasiones, mandándolos comparecer en Lima con gastos y descrédito nunca reparable, vejándolos con tomar particulares cesiones, y haciendo otros daños de que no han osado pedir remedio por tenerle tan léjos y serles horrible la misma medicina" (10).

Recogidos todos los informes, el Rey, de su propia mano, resolvió "que se excusase de poner inquisición por los inconvenientes que se seguirian, y tomase por medio que la Inquisicion de Lima enviase un comisario de muchas partes, y al gobernador se ordenase le asistiese" "de qué ha parecido avisaros, repetían los ministros del Consejo a los de Lima, para que el comisario y notario que se nombrase sean de toda satisfacción" (11).

(7) Carta de los Inquisidotes de 8 de enero de 1609.

(8) Id. de 26 de noviembre de 1605.

(9) Carta de 20 de marzo de 1626.

(10) Id. de Juan de Lizarazu, de 3 de marzo de 1641. A. de I.

(11) Despacho de 26 de noviembre de 1636. A propósito del comisario de Buenos Aires conviene notar aquí, que el que había desempeñado antes este cargo llamado Francisco de Trexo, denunció a su colega del Paraguay, el jesuita Diego González Holguín, a quien, en consecuencia, se le hizo ir a Lima; pero en vista de las representaciones que sus apoderados hicieron en España, el Consejo le mandó restituir a su oficio, por orden de 26 de febrero de 1615. El cronista Lozano, que cuenta muy a la larga las injusticias de Trexo, afirma que González estuvo a punto de ser asesinado por otro eclesiástico, a quien había reprendido en virtud de su oficio. Historia de la Compañía de Jesús de la Provincia del Paraguay, t. II, pág. 600.

José Toribio Medina, La Inquisición de Lima, Tomo I , pag. 304 y 305.

 

 

 


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