Apuntes sobre el
abuso moral Por Liliana Mizrahi El abusador moral es un perverso, pero eso no se dice. No está bien nombrar esa palabra, perverso, porque puede estar referido a un padre, madre, hermano/a, pareja, tío, vecino. No está bien visto denunciar patologías familiares. Hace poco, una mujer joven me contó esta anécdota: “Era mediodía, estaba en mi casa con los tres chicos preparándolos para el colegio, super ocupada con la comida del almuerzo, los chicos y además una cena con parientes a la noche. Por casualidad, levanté el teléfono y escuché que mi marido, desde otro teléfono de la casa, ahí al lado, en otra habitación, hablaba íntimamente con otra mujer haciéndose ambos reclamos amorosos. Escuché alterada y cuando cortaron, encaré directamente a mi marido:
—¿Con quién hablabas?—
Pequeños actos perversos de la vida cotidiana, tan repetidos, tan locos y tan frecuentes que parecen normales. Todo comienza con una pequeña falta de respeto, con alguna simulación, mentira u omisión, y también ¿porqué no?, con “el arte de dar vuelta la escena” (¿no te da vergüenza escuchar las conversaciones ajenas?). Sutilmente la situación se convierte en un verdadero ataque y manipulación de la cabeza del otro/a. De eso se trata: de invadir, allanar el psiquismo del otro, atacar la lucidez y confiscar el yo. Así, el manipulado/a, alterado/a, cae en un vacío de incertidumbre y confusión, duda de sí mismo/a y de la realidad. Los pequeños actos perversos pueden ser imperceptibles y pueden poner en marcha procesos de destrucción moral del otro/a. El tema es el poder sobre el otro/a. Se establece el dominio, la confusión, (además del control). El abuso de poder y la capacidad de destrucción moral nacen con el ser humano, siguen creciendo y se repiten. Existen desde siempre, en las familias, en las parejas, en las empresas o en los distintos trabajos, en las profesiones, en los consultorios, en los políticos, en sus discursos y sus gobiernos. Las mentiras avanzan y se multiplican. El abuso moral está ahí, muchas veces, sin que lo reconozcamos como tal. Decir perversión es fuerte, y parece que no queda bien. Hasta que aparecen síntomas que gritan desde el cuerpo, el cuerpo no miente y dice las cosas como puede, y a veces, los síntomas tampoco son reconocidos y se atribuyen a otra realidad. La violencia psicológica, el acoso, las perversiones, la depredación cotidiana invaden, crecen, se multiplican y hacen metástasis incansablemente. Las seres humanos se acomodan, se adaptan, se disocian, se sobreadaptan, y se adecúan a lo inadecuado. ¿Por qué? Por comodidad, por inercia, por miedos, por tristeza, por goce inconciente, por necesidad. Por algo es (y sería bueno saberlo)..., pero se adecúan a lo inadecuado. Lo que comienza como abuso de poder, se continúa con el abuso narcisístico que acaba con la autoestima del otro/a y su destrucción como sujeto. "¡Sos un/a inútil!, no hacés nada bien, ni suicidarte sabés. ¿Hace mucho que no te mirás al espejo, vos te viste?¿viste lo que parecés? Hacé algo para mejorar un poco. Sos una boluda, todos se aprovechan de vos, no entendés nada de nada. Morite". Alguien que padece y se queda donde hay violencia psíquica, es porque ya la conocía de antes y la re-conoce, es un código familiar, una lengua materna que aprendió desde chico/a, y no sabe que su psiquismo está profundamente alterado y por eso no huye y se queda. Hay un re conocimiento inconciente, algo dice que es familiar. Son formas de la depredación humana, que pueden terminar con la vida del otro. “Me enferma mi jefe, porque cuando le pido tomarme un rato para descansar, o disminuir las horas de trabajo porque estoy embarazada, o el franco que me toca por exámenes, no me contesta, no me mira, no me tiene en cuenta, no existo. ¿Qué por qué estoy ahí?, porque no puedo permitirme no trabajar, yo sé qué es mentira... pero no puedo salir. Esa manera que tiene de negarme sin negarme.” El silencio, la falta de respuesta, la indiferencia, el vacío en el que nos hacen caer y caemos, son tácticas de dominio. Se trata de la captación maliciosa de aquel al que se parasita en la espera. Ese tiempo de espera, dependiente, suele ser humillante y vergonzoso. “Mi ex marido, solía decirme: bueno, no te adelantes, vamos a ver, vamos a ver y me dejaba ahí colgada esperando semanas, meses, años, para después hacer lo que él quería. Yo quería elaborar juntos un tema. Me excluía. Vamos a ver, no te apures... me trataba como a una hijita menor de edad, no como a un par, lo mismo hizo con el dinero y así nos fue.” La perversión contiene una fría racionalidad que se expresa en la incapacidad de considerar al otro como un ser humano que padece. ¿Es la “deconstrucción del semejante”? Es lo que hoy llaman “ninguneo”: “¡No estás, no te veo, no existís! ¡no figurás ,no te hablo ni te respondo, ¿no te das cuenta?!”. Y la víctima, (paradojalmente), en vez de irse corriendo, huir y salvarse, queda pegada, parasitada, esperando y pidiendo, en el lugar menos indicado. (Estas personas suelen tener problemas oftalmológicos: no ven bien. Le piden peras al olmo, pero no ven ni reconocen el olmo, y siguen pidiendo, como si fuera, realmente, un peral). “El otro no existe, me decía una joven, ¿quién es? Y si existe a mí qué me importa, no es mi problema, yo me ocupo de lo que me conviene a mí, qué quiero y qué necesito yo, me ocupo de mí y de los que me importan a mí, los míos.” La depredación psicológica comienza paralizando a la víctima, para después despojarla: de su autoestima, de su lucidez, de su equilibrio, de su inteligencia, de su fuerza vital, hasta de sus ganas de vivir ... lo mejor para el perverso es que la víctima permanezca indefensa y pueda ser agredida...a voluntad. Para mucha gente, es una gran alegría hacer sufrir a otro. El mensaje más temido, que no se dice y se actúa es: “No te quiero, no te amo, pero no quiero que te vayas, no quiero que me dejes solo/a. Quedate (aunque te frustre), algo voy a inventar para que no te des cuenta que no hay amor. No te quiero. Te necesito, eso sí, te quiero porque te necesito, querido objeto de mi goce. Se trata de reconocer la peligrosidad del perverso o del abusador, pero no es fácil ni sencillo. El abusador trabaja para que su víctima pierda los puntos de referencia en los que apoya su identidad: la/o aísla, ataca su vínculos, la/o excluye, denigra, se burla, genera vacío, incertidumbre, dudas, altera la realidad, ataca las referencias que la sostienen: su familia, su trabajo, su cuerpo, sus amigos, genera malentendidos, desencuentros, crea confusión y miedo. Es una violencia insidiosa y casi permanente. Veo a menudo gente abusada moralmente que, ni lo saben, ni lo piensan así. Consultan por sus bloqueos intelectuales, o por dolores de estómago, por angustias variadas, falta de confianza en sí mismas que les impide tomar iniciativas y decisiones, inseguridad en su autoafirmación, estados depresivos crónicos acompañados de dolorosas fantasías de suicidios. Hechos y síntomas que ni siquiera comprenden ni refieren a la perversión del otro, están disociados. Son vínculos/ trampas, en los que están atrapados y, si bien hay salida, no pueden salir. Estos vínculos depredatorios son pactos inconcientes de los que la víctima no logra sustraerse sola. Temen nombrar la violencia subterránea y diaria, temen darse cuenta de la trampa infernal en que están atrapados y con qué contribuyen, temen rastrear en su propia historia el aprendizaje de este código de violencia
Una mujer joven se quejaba de la violencia con que su compañero, 40 años mayor
que ella, manipulaba el dinero diario, le creaba condiciones de miseria,
displacer e incomodidad en la crianza de las hijitas de ambos, la humillación
social a la que la sometía y descalificaba, y el abuso sexual y sin embargo se
preguntaba: El riesgo es negar el dominio que posee el que paraliza, neutraliza la propia autonomía, e impide darse cuenta y defenderse. Esa es la dimensión de gravedad del acoso emocional que se ejerce sobre ella. Esto tiene arreglo con ayuda: Se trata de buscar alguien que decodifique la agresión, que ayude a identificar la perversión, estudiarla, acumular hechos o pruebas, poder anticiparlos, aprender a defenderse y a irse de esos vínculos. Me parece muy difícil salir sin otro que nos ayude a pensar y darnos cuenta. Nuestra lucidez está dañada.
Junio de 2008
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