Mi abuela Regina
Mi abuela Regina vino de Turquía. Salió del puerto de Estambul, al puerto de Buenos Aires. Llegó la última semana de diciembre de 1924. Llevaba en brazos a su segunda hija de 9 meses, y prendida de su pollera, la seguía su hijita mayor de 4 años, a la cual habían pelado y despiojizado, y luego sería mi madre. Además, cargaba con ella toda su casa, valijas, bolsos, bultos, paquetes, un balde, un escobillón y una pala(alguien le había dicho que en Buenos Aires no había). Mi abuela me contó muchas veces que, durante la travesía, se “colaba” y pasaba a la segunda clase del barco, levantaba en brazos a mi madre, que era una niña muy bonita, y la mostraba. Siempre alguien le daba una fruta, un dulce, o pan, que después compartían. Yo siempre lloraba al final de esta historia que me contó cien veces. Mis abuelas (las dos analfabetas) pertenecieron a esa generación de mujeres audaces, heroicas, que se lanzaron apenas con lo puesto, a cruzar mares y crear puentes, descubrir mundos, fundar nuevos hogares y escribir otras historias. Mujeres esforzadas y sacrificadas. Mujeres de una generación que ya había comenzado sus luchas de liberación. Comienza el siglo XX. El feminismo de esos tiempos (1870-1945), exige la vindicación de derechos para la mujer, el acceso a la educación, al trabajo remunerado, la eliminación de la discriminación civil para las casadas, la eliminación de la subordinación al varón, el derecho a participar en la decisión y elaboración de leyes que las someten, el derecho al voto, la libertad de decidir sus vidas, y más cuestiones... /Buenos Aires, diciembre de 1924: mucho calor. Mi abuelo, 25 años... se olvidó de ir a buscar a mi abuela y las nenas... se olvidó, se quedó dormido... no sé. Mi abuela sola, con sus dos hijas, cargada y esperando bajo el sol, decidió subirse a un mateo y llegar. Había atravesado el Bósforo, el Mediterráneo, el Atlantico y ¿no iba a llegar a la calle Entre Rios al 1000? Tenía la dirección escrita en un papel, se la dio al conductor del mateo, que se sorprendió al escucharla hablar. —¿Usted ya estuvo acá en Buenos Aires? —No, estó ricién vinida de Estambul. —Y ¿cómo es que habla tan bien el castellano? —No estó hablando castellano, estó hablando en judeszmo. El conductor enfiló para la calle Entre Rios al 1000. Mi abuelo, se despertó, saltó y salió corriendo a buscarlas. Por supuesto, no las encontró. Mi abuela, en mateo, llegó al inquilinato, donde vivían otros turcos conocidos. —¡¿Por kualo no me esperatesh?! (¿porqué no me esperastes?), recriminó mi abuelo muy enojado y ofendido... y le entregó un tacho lleno de medias sucias, para lavar. ¡Perdón! Pero... ¿quién tenía que enojarse? ¿quién tenía que esperar a quién? ¿quién estaba en falta? Para manipular, nada mejor que dar vuelta la escena. Mi abuelo, nunca dijo: —Perdoname Regina, no estuve en el puerto cuando llegaron, debí estar ahí y esperarte yo, me quedé dormido, me olvidé, no sé... perdón. La soberbia de mi abuelo estaba golpeada y amenazada. La soberbia masculina no admite la autocrítica, no la conoce, ni la entiende y tampoco pide perdón. Invierte la escena. Mi abuela, al llegar a Buenos Aires, comenzó a ser una mujer contemporánea, una mujer de su tiempo. Asumió su libertad para decidir y partió en mateo... aún hoy las mujeres levantamos la misma bandera: libertad para elegir y decidir sobre nuestras vidas y sobre nuestros cuerpos. Mi abuela Regina era una mujer lúcida... y esas mujeres no esperan. Las mujeres que han probado su autonomía, no caen fácilmente en la trampa de un paternalismo que promete una protección que no es verdadera y sí es retórica y está al servicio de la dominación y control. Cuando subió al mateo con sus hijas, el balde, la pala y el escobillón , barrió con los mandatos patriarcales de pasividad y obediencia. En el puerto, esperando bajo el sol, aprendió a descreer del paternalismo que infantiliza y debilita. Y ahí nomás, intuitivamente, se puso a barrer con las creencias de sumisión y secundariedad, verdades consagradas y valores del siglo XIX. Ella era una mujer intuitiva. Podía ser analfabeta sí, pero percibía el espíritu de las luchas femeninas de su tiempo. Era una feminista inconciente, no sabía que lo era. En 1922, Julieta Lanteri escribe: “...arden fogatas de emancipación femenina, venciendo rancios prejuicios y dejando de implorar por sus derechos. Los derechos no se mendigan se conquistan”. Durante las tres primeras décadas del siglo XX, las mujeres latinoamericanas lograron crear organizaciones autónomas sociales y políticas. En Argentina, las mujeres anarquistas y socialistas crearon organizaciones como la Unión Gremial Argentina (de mujeres proletarias), el Centro Socialista Femenino, el Consejo Nacional de Mujeres, la Unión Feminista Nacional (1918) y otras organizaciones más. Cuando llegó a Buenos Aires, mi abuela Regina empezó a trabajar. Cosía vestiditos para sus 3 hijas y más vestiditos para vender. Se levantaba a las 5 de la mañana y ocupaba un lugar en la feria, donde los exhibía y vendía sentada en el piso. Trabajaba, ganaba y manejaba dinero, salía de la casa, circulaba por el mundo de los mercados y las ferias, tomaba decisiones, compraba y vendía. Elegía. Multiplicaba sus roles. Se ocupaba de sus ya cuatro hijas mujeres, preparaba la comida, aseaba la casa, trabajaba para la comunidad, crecía... parecía una sufragista, y además... le encantaban los sombreros. También a mí me compraba sombreros y salíamos juntas en tranvía. Era muy divertido, me enseñaba palabras en turco, para hablar en clave. Ibamos a tomar el té a Harrod´s, las dos con sombrero y guantes, y después paseabamos por Florida. Yo me sentía importante. Mi abuelo era el único varón de la casa, entendía el vínculo con sus mujeres a partir del autoritarismo patriarcal. Ejercía el control y el dominio. Sabía de la sumisión y humillación de los otros, sin embargo era amado y temido por sus cuatro hijas mujeres, su esposa y su suegra Victoria, que había llegado de Estambul. Mi bisabuela Victoria era una mujer del siglo XIX. Aislada dentro de la casa, nunca salió sola a la calle. Mi bisabuela miraba la vida a través de la ventana, el mundo pasaba afuera, mientras ella pelaba habas, limpiaba lentejas o arroz y cantaba en ladino. Era una mujer-hija, menor de edad, no decidía, no elegía, dependiente, ella sí esperaba, frágil y temerosa. En la figura de mi abuela Regina y en el Día Internacional de la Mujer, rindo homenaje a esas mujeres anónimas que audaces cruzaron los océanos y llegaron a otras costas, aprendieron otras lenguas, se adaptaron a otras costumbres, abandonaron todo y se instalaron a trabajar, tener hijos y fundar. Para ellas todo mi respeto y gratitud.
Marzo de 2009
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Liliana Mizrahi
Es psicóloga clínica especializada en Psicoterapias de adultos y adolescentes en encuadres individuales y grupales; diseño de terapias vinculares, de pareja y familia; y coordinación de talleres vivenciales y de reflexión.
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